Otra vida es posible
Relato finalista en el concurso de relatos del periódico Ideal de Granada 2010. Publicado con ISBN: 978-84-614-7557-5.
Relato completo:
Resulta difícil respirar cuando tu nariz queda aplastada, por el peso de tu propia cabeza, contra un espeso charco de sangre caliente. Casi me asfixio en mi propia sangre y no lo puedo evitar. Mi torturado cuerpo ha quedado inmóvil sobre la dura superficie de la cocina. Aunque todavía sigo consciente, noto cómo mi mente desfallece por momentos. Desde mi tullida posición, de cara al suelo y con la cabeza ligeramente ladeada, sólo distingo un amplio cenagal de color rojo que se expande a mi alrededor con extremada lentitud. He intentado moverme, pero no lo consigo. Mi organismo no me obedece. Apenas siento mi cuerpo. He intentado pedir ayuda, pero mi debilitada voz se entrecorta y solo alcanzo a susurrar un ligero lamento. La situación es alarmante. No podré sobrevivir en este estado mucho más tiempo. Estoy asustada porque siento cómo me hundo lentamente en un sueño inerte del que sospecho no voy a despertar nunca más. Siento cómo los latidos de mi corazón se desvanecen poco a poco en el silencio, casi sin fuerza, como el sonido de un tamborileo lejano que se distancia al paso de una procesión fúnebre. Y tiemblo al pensar en la posibilidad de que no pueda volver a sentir a mi hijo una vez más. Pensar en él es lo único que me da fuerzas para seguir luchando.
Sólo siento sed. Mucha sed. Ni si quiera dolor, a pesar de las innumerables puñaladas que he recibido en la espalda, alguna en el vientre, hace no sé cuánto, porque he perdido la noción del tiempo. Aunque la vista se me nubla por momentos, creo adivinar, a unos metros de mí, el contorno de los zapatos que calza mi marido. Su cuerpo sigue tumbado ahí delante. Inerte. Sin vida. Aún se me agita el corazón al recordar cada una de las cuchilladas que me ha propinado con tanta rabia antes de que, asumiendo que yo ya había fallecido, se suicidara él mismo.
¿Por qué me odiaba tanto? ¿Por qué me deseaba una muerte tan cruel? ¿Por qué no se suicidó él solo?
Todavía no comprendo cómo puede ser que me encuentre en una situación tan desgraciada como esta. Nunca imaginé que moriría así, de este modo tan brutal y tan injusto, y con tan solo treinta y seis años de edad.
Una parte de mí me empuja a resistir un poco más, hasta que alguien me encuentre y quizá, con mucha suerte, lograr sobrevivir. Y si es que lo consiguiera, aprovechar entonces esta oportunidad milagrosa para vivir de nuevo y, por qué no, sin miedo esta vez, junto a mi hijo, a quien amo más que a mi propia vida. Pero otra parte de mí ya ha aceptado lo inevitable: que no saldré de ésta; que no merezco vivir; que no valgo nada; tal y como escupía mi marido justo antes de empezar con la carnicería. Quizá, lo mejor sea rendirse y morir...
Las cuchillas de luz, que atraviesan los orificios de la persiana, apuñalan la penumbra de la habitación. El olor es rancio, huele a muerte, y el calor sofocante de Julio densifica la atmósfera del apartamento. Oigo la televisión encendida; hablan de cuestiones sin importancia: políticos retóricos, prensa chismosa y deportes excesivos que acallan las verdaderas preocupaciones de los ciudadanos. El país entero se moviliza cuando España gana una final de fútbol, ¿Por qué no se moviliza con igual integridad por asuntos de mayor trascendencia?
Debe ser mediodía. Ojalá llegue alguien a tiempo. Siento repentinos impulsos de llorar. Pero no debo hundirme ahora en la tristeza. Debo ahorrar fuerzas y sobrevivir, por mi hijo.
Dicen que la vida se pasa por delante cuando estás a punto de morir. Ahora me vienen a la memoria recuerdos de tiempos mejores. El día que conocí a mi marido, por aquel entonces, él era muy diferente y fuimos felices hasta que empezó a cambiar. Se enojaba conmigo con facilidad, por arreglarme para salir, por hablar con mis amigos... Entonces comprendí que era imposible dialogar con él. Cuando intentaba expresarme me ridiculizaba, con frecuencia me criticaba y, agravio tras agravio, destruyó mi autoestima. Poco a poco, me aisló de mis amigos y de mi familia; me limitó el acceso al trabajo y al dinero. Aunque a veces era cercano, otras, era distante. Con el tiempo se volvió más impulsivo y agresivo con cualquier tipo de detalles inexistentes. De cara a la gente se comportaba de un modo natural, pero en realidad escondía sus reproches y su ira muy dentro de sí, y cuando volvíamos a estar solos toda esa rabia estallaba empujada por sus injustificados celos. Me sentí atrapada en la relación y comencé a tener miedo de él. Entonces me quedé embarazada. Pensé que todo cambiaría cuando supiese que íbamos a tener un hijo. Pero no fue así. Se obsesionó con la idea de que no era suyo, e insistió en que era de otro hombre. Me dije a mí misma que él me amaba en el fondo, que todo aquello era sólo una mala racha, pero él no me amaba; ahora, demasiado tarde, lo sé. Y aunque siempre lo supe, siempre me negué a aceptarlo: él sólo sentía posesión sobre mí. Para él, yo sólo era su pertenencia, del mismo modo que el amo es dueño de su perro. Y ahora, si no resisto, mi bebé, al que le quedan pocos días para nacer, sucumbirá junto a mí.
De repente, oigo el eco de unas voces alrededor. Parecen lejanas pero están a mi lado. Casi he perdido la visión. Apenas distingo las formas. La escena me parece un espejismo. Personas ceñidas de blanco me atienden en torno a mí. Son médicos. Quizá logren salvar la vida de mi hijo. Ojalá él logre ser feliz en la vida…
Según el informe sobre Violencia contra las mujeres, sólo en Andalucía, murieron asesinadas por sus maridos noventa y ocho mujeres entre los años 2001 y 2008.
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