Llamada perdida: (Extracción)
Relato de suspense y acción relacionado con el secuestro y el terrorismo.
Se encontraba colgado de las manos a una cornisa del edificio, aterrorizado ante la mortal caída que amenazaba bajo sus pies, a 6 pisos de altura. Juan se balanceó y apoyó el pie izquierdo en el saliente para ganar estabilidad. Entonces respiró, como si fuese la última vez que lo hacía. Alzó la vista y advirtió la cima del hotel a pocos metros más. El viento azotaba con fuerza a esa altura y la pared vertical le pareció imposible de vencer.
Nunca se había propuesto convertirse en un héroe, y no lo era. Se encontraba en aquella situación porque no tenía otra elección: todas las personas implicadas morirían si no lo hacía. La circunstancia era desesperada. A Juan le costaba creer que hacía treinta minutos su mayor preocupación fuese la de completar el crucigrama del periódico del día.
Treinta minutos antes.
"Llamada de corta duración..." se preguntaba Juan, el recepcionista del hotel, mientras facilitaba las llaves de habitación a la señora Caraballo. Era la última palabra que le faltaba por rellenar en el crucigrama que escondía bajo la repisa. Los crucigramas le ayudaban a calmar los nervios y ese día estaba especialmente nervioso. El presidente del Gobierno se alojaba en el hotel San Antón, había visitado la ciudad de Granada para asistir a una convención política en el palacio de congresos, y el edificio estaba custodiado por agentes de seguridad que garantizaban su protección en caso de atentado. Y esto es lo que ponía nervioso a Juan: La posibilidad de un atentado.
-La ventana de la habitación está estropeada. -explicó la señora Caraballo al recepcionista- Quizá este diablillo tuvo algo que ver.
La risueña señora estaba acompañada por su hijo, un cachorro con cara de pillo. La sonrisa del pequeño parecía tramar algo y Juan pensó que tenía cara de terrorista. Ese día, todos parecían tener cara de terrorista para él.
Repentinamente algo estalló y el recepcionista se sobresaltó.
El crío bribón se río entre dientes antes de recibir una enorme bofetada de su madre.
-¡No tires petardos Juan de Dios! -Gritó irritada su madre- ¡Vas a acabar conmigo!
El golfillo refunfuñaba mientras se calmaba el afligido rostro con la mano y Juan quiso decir algo agradable para calmar el trance de la situación.
-Qué... primor de crío -se le ocurrió.
La señora Caraballo rió.
-Éste es un diablillo, -aclaró- ¡le encanta mentir y explotar petardos! –sujetó al pequeño de la mano y se alejaron.
Juan sonrió y recordó a su hija Estela de seis años. Ella no tiraba petardos, ni tenía cara de pilla. Era su princesa, su familia, lo único que tenía. Hacía seis meses que no la veía, su ex-mujer se la llevó, tras ganar la custodia, junto a su familia, al norte de España. Blanca siempre fue más inconformista e idealista que él, quizá por eso se divorciaron.
Juan hablaba por teléfono con su hija Estela todos los días y ella le contaba sus pequeñas preocupaciones: que su amiga Elena tenía un móvil y que ella quería pedirle uno a los reyes por navidad, que Alejandro era un niño tonto porque se metía con ella en el colegio, etc. Pensó en la dulce voz de su hija, inocente e inofensiva, y recordó que tenía que llamarla cuando saliese de trabajar.
-Hola caballero, -saludó su compañera de trabajo Sonia- ha llegado un sobre para ti.
-Ah, ¿me has escrito una carta de amor? –bromeó Juan.
Sonia rió exhibiendo una sonrisa encantadora y un cuerpo seductor. Su cabello rubio y sus ojos celestes le daban un aspecto de mujer dulce y atractiva. Ella pensaba que Juan era comprensivo y protector. Además, él siempre la hacía reír. Aunque a veces pensaba que en el corazón de Juan sólo había hueco para su hija Estela. Pero inexplicablemente eso lo hacía más irresistible para ella. Al mirar el cuerpo de Juan pensó que tenía porte de nadador aunque él no nadaba desde que vio la película Tiburón.
-No te habrás olvidado de que esta noche tenemos una cita, ¿verdad? –coqueteó Sonia.
-¿En serio? Lo había olvidado.
Sonia dejó de sonreír.
-Es una broma, te la he colado –aclaró él.
Sonia soltó una dulce carcajada y se despidió para seguir con sus tareas de oficina.
Juan examinó el sobre que ella le había dejado. Era un sobre grande y sin remite. Se extrañó. Advirtió un pequeño bulto en su interior y temió que fuese un paquete bomba. Lo abrió. Introdujo su mano en el interior y palpó lo que parecía un pequeño artefacto. En ese momento imaginó su cuerpo estallando en mil pedazos. Dejó de desvariar. Sacó el dispositivo con la mano y, extrañado, lo contempló. Era un teléfono móvil. Juan se preguntó quién podría haberle mandado eso. Se sobresaltó cuando el aparato comenzó a sonar. Descolgó el teléfono, intrigado, y colocó el auricular sobre su oreja. Antes de pronunciar palabra escuchó una voz que conocía bien:
-Papaito... -la voz asustada de su hija de seis años.
-¡Estela! cariño, qué...
-Su hija no correrá peligro si hace exactamente lo que le digo -amenazó una voz deformada por un distorsionador de sonido.
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